La decadencia era terrible

8 abril 2019

Cuando tengo sueños que me abren las entrañas en canal, me sirvo en medio de la noche un Drambuie y lo rebajo con White Label, como Saul Goodman. A menudo tengo sueños felices de los que no quiero despertar. Son sueños que me recuerdan que lo mejor ya pasó y que uno al final siempre es otro, que uno tiene los mismos ojos, la misma voz, las mismas ganas de vivir, la misma terminación de las manos, el mismo nombre, pero en definitiva ya es otro, sin quererlo ya es otro, y todo lo que fue desapareció, y fue tan hermoso, que no sé cómo no pude darme cuenta antes…
mientrashayabares

Mientras haya bares.

«Cada vez más, para escribir a gusto, empiezo a necesitar un buen apartamento, a poder ser en Nueva York, con vistas a Central Park, y bebidas más o menos sofisticadas servidas por mi propio camarero, trasladado desde Europa. No me vale aquello de Stephen King, que en sus primeros años, en un día normal de trabajo, no redactaba un verbo sin acudir antes a la cerveza», escribe Juan Tallón en Mientras haya bares.
Empezar un lunes medio llorando no es un buen plan. Se te espesa la vida y no es buena cosa comenzar la semana arrastrándote. Lo mejor es seguir fingiendo. Salir a la calle como si fueses el más feliz del mundo. Derrochando endorfinas. Destapar el tarrito de tus esencias más amables. Estar alegre como si te acabaras de casar y estuvieras bajando las escaleras del altar, camino al baño del arroz. Fingir para vivir. De eso se trata, ¿no?

Gente que se fue.

«Luego vagó por la casa, saturada de gente. En la cocina pudo escuchar un jirón de conversación en el que miembros de la familia materna decían que casi era mejor así porque la decadencia era terrible, porque luchó mientras pudo contra la depresión, la tristeza y el alcoholismo pero no había forma de salvarlo», dice David Gistau en Gente que se fue.
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