La intimidación de los teclados
Escribir una página al día. Eso era para Paul Auster una buena jornada de trabajo. Ocho horas de pura artesanía. Ocho horas repitiendo cada párrafo entre diez y quince veces, arreglando las oraciones, escuchando el ritmo, jugándose la vida en cada línea hasta conseguir que lo escrito se pareciera a una composición musical, una pieza suave, cadenciosa. «El trabajo duro está en que parezca fácil», decía. A Auster le gustaba escribir a mano, normalmente con pluma, pero a veces también con lápiz, especialmente en esos momentos en que llegaba la poda de lo creado. Entendía la escritura como una experiencia física, táctil. «Los teclados siempre me han intimidado: nunca he sido capaz de pensar con claridad con los dedos en esa posición», señalaba.
En 1974, Paul Auster le compró a un compañero de universidad una máquina de escribir Olympia. Es la que iba utilizando para mecanografiar sus libros manuscritos. Aseguraba que esa tarea, a veces tediosa, le permitía experimentar el libro de una forma distinta, le llevaba a sumergirse en el flujo narrativo y comprobar cómo funcionaba el texto como totalidad.
«Recibí mi primera máquina de escribir portátil como quien recibe un vale por un viaje de lujo con todos los gastos pagados, solo que era un vale que servía para mil viajes. Arrastré mi Olivetti Lettera 32 verde por muchos lugares y países. En aquel momento se me antojó liviana, hoy cuando la bajo del armario donde ha estado almacenada tantos años, me parece increíble que la llevara a cuestas tanto tiempo, cruzando con ellas tantas fronteras, depositándola en las mesas de tantas habitaciones. El sonido de la máquina de escribir me gustaba. y me gustaba escribir en ella y me gustaba pasearme con ella por el mundo. Ese olor familiar de tinta y de típex. Y el papel de copia manchando las manos. Me costó desterrar mi máquina de escribir, pero al final lo hice. Abracé la manzana y no miré atrás. A veces echaba de menos los errores y el rigor que escribir a máquina requiere. Y claro, no podías jugar con los párrafos, ni borrar ni hacer con limpieza y sencillez», dice Isabel Coixet en «Te escribo una carta en mi cabeza».
Diecisiete fueron las editoriales que rechazaron el manuscrito de «Ciudad de cristal», la primera novela que abre «La trilogía de Nueva York» y que significó el verdadero comienzo de la intensa carrera literaria de Auster, que ha abarcado poesía, narrativa, ensayos, traducciones, canciones y guiones cinematográficos como el de «Smoke», «Blue in the face» y «Lulu on the bridge», películas dirigidas también por él mismo. Diecisiete rechazos no amilanaron a Auster que finalmente vio publicada su novela por una pequeña editorial de San Francisco. Paciencia y dedicación en la escritura. Paciencia y confianza en la publicación de su obra. En su libro «El acto de crear: una manera de ser», el productor musical Rick Rubin dice que la regla sagrada de la creatividad es la necesidad constante de la paciencia, justo lo que hoy nos falta.
«¿Seis rechazos? ¡Pues qué pena! Te portaste bien. Confiaste en los editores que dijeron que no aceptaban manuscritos no solicitados… Al cabo de dos años, cuando siguen con lo de «no es para nosotros», y familiares y amigos empiezan a estar hasta el moño de ti y de tu novela, te rindes y afrontas los hechos. Nadie quiere tu novela. Así pues, te quedan varias opciones: puedes pasar el resto de tu vida desilusionado y afligido… O puedes poner buena cara. Mira, no ha sido todo en vano. Al final del proceso entenderás mucho más sobre ti mismo que al comienzo. Puedes empezar una nueva novela: es mucho más fácil la segunda vez. Puedes reescribir la primera, después de prestar atención a tus debilidades, y volver a enviarla», escribe Fay Weldon en «¿Por qué nadie publica mi novela?».
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