La intimidación de los teclados

Escribir una página al día. Eso era para Paul Auster una buena jornada de trabajo. Ocho horas de pura artesanía. Ocho horas repitiendo cada párrafo entre diez y quince veces, arreglando las oraciones, escuchando el ritmo, jugándose la vida en cada línea hasta conseguir que lo escrito se pareciera a una composición musical, una pieza…