Más se parece a lo mismo
Ninguno dice la palabra amor. Ninguno habla ternura. De perdón. Es horrible oírlos al mediodía, por las mañanas o por las noches. Pudren los sueños, las esperanzas si acaso ya las hubiera. Es una deshumanización que duele, que te arrasa, que abre en ti un desasosiego. Es terrible que no salga de sus bocas un solo poquito de amor, que nos salgan de sus bocas un hálito de piedad. De serenidad, tan necesaria para hacer un simple instante feliz.
«A las dos semanas estaba sentado en la silla más próxima al despacho de Pedro J., buscando en un libro una frase que sirviera para ilustrar en el tejadillo de la portada la victoria por mayoría absoluta de José María Aznar en las elecciones del año 2000. «En política, el vencedor es quien tiene razón», dice Alphonse Karr, teclee. Aunque este tío tenía otra mucho mejor: «Cuanto más cambia algo, más se parece a lo mismo», escribe Ricardo F. Colmenero en Literatura infiel.
Si vivo sin dioses, sin ir a las reuniones de la comunidad, si vivo atravesado de melancolías, de nostalgias, puedo seguro vivir sin ellos. En mi vida son ausencia. Son justo lo contrario de lo que uno querría llegar a ser. No abrazan. Ellos nunca abrazan. Ellos solamente hielan. Y nos están llevando poco a poco al fin del mundo. Nos están haciendo cada vez menos humanos, más pequeños.
«Veo la visita de los reyes de España a la monarquía británica, ese planazo con carrozas, pamelas, abueletes, clarines y fanfarrias, y recuerdo la base e mi feroz republicanismo, que no es un republicanismo en contra de los monarcas, sino a favor: lo llamo republicanismo compasivo, la cara amable de Mateo Morral», dice Sergio C. Fanjul, en La vida instantánea.
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