Extracto del medio de comunicación

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A sus 64 años Pedro Cuartango colecciona nostalgias igual que juntaba cromos cuando era un niño en su Miranda de Ebro natal, el lugar al que siempre regresa tal vez porque nunca llegó a marcharse. En ese municipio burgalés, en el barrio de La Charca, junto a la estación de tren, residen los recuerdos de un crío feliz que siempre quiso ser periodista y que cumplió su sueño a partir de la década de los 80 del pasado siglo, cuando comenzó a ejercer el oficio en medios como El Globo o Diario 16. Durante 25 años estuvo ligado a El Mundo, diario del que llegó a ser director y donde escribió miles de editoriales reflejando la opinión del periódico, que no siempre coincidió con la suya. Sin embargo siempre se ha sentido libre en la profesión para la que estaba predestinado y se reconoce a sí mismo en todo lo que ha firmado, algo que sigue haciendo diariamente como columnista en ABC. Acaba de publicar ‘Elogio de la quietud’ (Círculo de Tiza), que reúne textos escritos a lo largo de los últimos años con la tinta de la melancolía, que es efímera como la propia existencia. Una prueba de ello aparece ya en la sencilla y elocuente dedicatoria del libro: «A David Gistau». Cuartango lo entregó a la editorial cuando su amigo llevaba semanas en coma por un accidente cerebral, con la esperanza de que un día pudiera leerlo. No pudo ser. Tres días después de salir el libro moría el brillante periodista a los 49 años.

¿Vivir es irse de los sitios o todo lo contrario, cuanto más vivimos más cuenta nos damos de que nunca nos fuimos de algunos lugares?

Creo que nunca te vas de los lugares en los que has vivido en la infancia, que es la verdadera patria. Yo nací en Miranda de Ebro, viví allí hasta los 10 años y fui un niño feliz que jugaba en el río, que iba a la escuela, que estaba en contacto con la naturaleza… He vivido en muchos lugares y eso es bueno, porque te ayuda a captar la esencia de la gente, pero es cierto que en mis textos siempre hay una profunda añoranza por Miranda. Vuelvo continuamente al barrio de La Charca, donde nací y donde tengo una casa, y vuelvo a los lugares que evocan, en el sentido proustiano, ese tiempo perdido en el que fui feliz.

Proust reflejó esa añoranza en el sabor de una magdalena mojada en té. ¿Cuál es su magdalena?

Lo tengo claro: el olor a carbonilla de la estación de tren de Miranda de Ebro.

¿Uno es consciente de la felicidad cuando ya ha sucedido?

Por lo general, todo se valora cuando lo pierdes. Creo que la felicidad es inaprensible, es una elaboración a posteriori. De todas formas, para mí la palabra felicidad es polisémica, porque alberga también la capacidad de encaje de las adversidades que te ocurren. La vida está hecha de momentos felices y desgraciados, de pérdida de seres queridos, de penalidades, y saber encajar todo eso sin que te amargue la vida también es necesario para poder ser feliz.

«Saber encajar la adversidad sin que te amargue la vida también es necesario para poder ser feliz»

En El hombre en busca de sentido’, Viktor Frankl  afirma que “haber sido es la forma más segura de ser”, que nuestra vida cobra sentido en lo que hemos vivido.

Eres lo que has sido, estoy de acuerdo con eso. Es que el futuro no existe, solo existe el pasado mientras haya quien lo recuerde. Camus vino a decir que el sentido de la vida es buscarle el sentido a la vida. El ser humano carece de esencia, es pura existencia, nos vamos construyendo a lo largo de la vida en lo que somos y en lo que hacemos. Y estamos condenados a la libertad, tenemos que decidir lo que queremos ser. Somos producto de nuestras decisiones.

¿Cree entonces, como sentenció Heráclito, que el carácter de cada uno determina su destino?

Sí, creo eso en gran medida, pero también creo que estamos a merced del azar. Mira el ejemplo de David Gistau. Su obsesión era vivir para ver crecer a sus hijos, porque él había perdido a su padre a los 14 años. Bueno, pues el destino le ha castigado con la muerte a los 49 años dejando cuatro hijos pequeños. Justo lo que él más temía es lo que ha ocurrido.

“Envejecer, morir, es el único argumento de la obra” escribió Gil de Biedma. ¿Se vive de otra manera cuando se cae en la cuenta de ello?

Claro, conforme pasa el tiempo cambia tu valoración de las cosas. Yo he cumplido 64 años y tengo ya la sensación de estar en la última etapa. Eso me hace ser más consciente de la importancia de disfrutar del presente, del ‘carpe diem’ latino, es evidente. Hay que disfrutar de la conversación con un amigo, de una buena comida o de un paseo por el bosque.

En el texto que dedica en el libro a ‘La montaña mágica’, de Thomas Mann, critica que en esta sociedad vivamos dándole la espalda a la muerte.

En el sanatorio en el que ingresan al joven Hans Castorp hay un tabú: los enfermos desaparecen, nadie los ve muertos. La novela es una obra maestra de la literatura y es una metáfora sobre la sociedad europea de entreguerras, que había sufrido el trauma de la primera guerra mundial y no fue capaz de evitar el de la segunda. La muerte es un tabú, vivimos en una cultura en la que se exarceba el dinero, el bienestar material, a costa de obviar la realidad de la muerte, que es la única certeza.

En siglos anteriores parece que no era así. Se ve en el Museo del Prado, en cuadros como ‘El triunfo de la muerte’, de Brueghel el Viejo…

Es que la muerte estaba muy presente en la cultura medieval, se refleja muy bien en la pintura flamenca. Es en la modernidad, a partir del desarrollo de la sociedad mercantil, cuando se la relega a un segundo plano. Es un fenómeno de los dos últimos siglos. Hay muchas representaciones pictóricas antiguas de escritores con la calavera en la mesa, era un recordatorio habitual del carácter perecedero del hombre. Hoy a nadie se le ocurre poner una calavera en su mesa porque se ha expulsado a la muerte de la vida cotidiana.

«Hoy a nadie se le ocurre poner una calavera en su mesa porque se ha expulsado a la muerte de la vida cotidiana»

¿Eso provoca quizás que con frecuencia no sepamos gestionar el afecto ante quien ha sufrido la pérdida de un ser querido?

Sí, tenemos serias dificultades para encajar la muerte y para gestionar las relaciones con las personas que han sufrido una pérdida. Muchas veces optamos por no ver esa realidad, por hablar de otra cosa, porque la realidad de la muerte nos resulta profundamente incómoda.

Según la cita de Ortega y Gasset “todo esfuerzo inútil conduce a la melancolía”. ¿Por qué está tan mal vista?

Esa frase me gusta mucho. La melancolía está mal vista porque se identifica con una especie de pesimismo, de fatalidad. En la Antigua Grecia tenía un sentido ligado a la bilis, a los humores que producían la enfermedad y la depresión, y desde entonces tiene muy mala prensa. Yo soy una persona melancólica, miro al pasado, lo añoro, y creo que es positivo siempre que esa actitud no te haga caer en el fatalismo. Es verdad que los esfuerzos inútiles conducen a la melancolía. Si pones tu empeño en un objetivo destinado al fracaso efectivamente te vas a frustrar. Y si lo piensas bien, todo lo que hacemos es inútil. Podemos escribir libros, plantar árboles, tener hijos, pero al final todo eso es una huida de nuestro destino cierto.

No suena muy optimista.

Yo me defino como un pesimista, pero soy un pesimista activo que intenta cambiar la realidad. Hay quien es optimista pasivo, alguien que espera con ilusión a que los acontecimientos le sobrevengan, y yo no, yo lucho por modelar la realidad en la que vivo aunque no dé demasiadas razones para el optimismo.

Volviendo a la nostalgia, que es el gran tema de su libro, ¿la ve como un refugio?

Claro. Proust se refugió en los últimos años de su vida en una habitación acolchada para escribir sobre el pasado y de ahí salió su gran obra, ‘En busca del tiempo perdido’. La nostalgia tiene algo de atracción fatal. Es un sentimiento triste pero que te produce también una sensación de bienestar. Creo que los seres humanos tenemos un fondo de nostalgia que cultivamos y al que recurrimos cuando nos hace falta. Mis canciones favoritas son muy tristes, es algo instintivo que me hace sentir reconfortado. La nostalgia, la añoranza del tiempo perdido, es el gran tema de la creación artística.

García Márquez decía que escribía para que lo quisieran. ¿Para qué escribe Pedro Cuartango?

Yo no aspiro a gustar ni a convencer. Escribo porque me gusta, porque es una especie de desahogo y porque a través de la escritura me comunico con los demás.

«Una columna política caduca en unas pocas horas, pero una columna sobre una tarde con mi padre pescando cangrejos en el río es algo eterno»

Los textos que forman ‘Elogio de la quietud’ están escritos a lo largo de mucho tiempo y, sin embargo, tienen una continuidad.

La tienen porque en gran medida son atemporales. Nada humano me es ajeno. Muchas de las cosas de las que hablo son universales. Una columna política caduca en unas pocas horas, pero una columna sobre una tarde con mi padre pescando cangrejos en el río es algo eterno.

Escribe que a fuerza de ver muchas cosas hemos perdido la capacidad de mirar. ¿También le ha ocurrido al periodismo?

Sin duda, al periodismo y a la reflexión intelectual. Tenemos mucha información pero serias dificultades para situar las cosas en un contexto. Echo en falta en los medios una mirada, una forma de interpretar la realidad. Porque a menudo la apariencia es engañosa, siempre hay que intentar interpretar el sentido de lo que nos pasa. Eso no sucede y tampoco tenemos muchos intelectuales que sean capaces de trascender lo inmediato.

¿Cuál cree que es la razón?

Hay una frivolización, nos hemos convertido en una sociedad del espectáculo. Todo es pura representación. Las televisiones y los medios están obsesionados con las audiencias, la gente que escribe por las tiradas, por la ventas… Es mucho más importante parecer que ser.

¿No era así cuando empezó a ejercer el oficio?

Yo no pretendo idealizarlo, pero el periodismo que hubo en España en la Transición creo que era más libre, más plural que el que hay ahora, cuando existen demasiados condicionantes económicos y políticos. Las empresas editoras son menos libres que hace 40 o 50 años y eso ha producido una degradación intelectual.

A propósito de la muerte de David Gistau se publicaron piezas de gran belleza literaria. Ese homenaje colectivo de sus colegas fue quizás el último regalo que David hizo a sus lectores.

Sí, sin duda. Hay todavía un poso literario en los periódicos que merece la pena y aquí se ha visto. David era una persona muy querida por todos los que le conocíamos y esos textos han sido un homenaje al amigo y al periodista.

Usted es periodista por encima de todo.

Sí, el periodismo siempre fue mi vocación. Estaba condenado a ser periodista, siempre he querido serlo. Con 12 años esperaba que llegara mi padre para leer los periódicos y ya le decía que quería ser periodista. Si volviera a nacer volvería a ser periodista. Mi caso es claramente vocacional. Nunca he tenido un afán por tener notoriedad, por ganar dinero, mi única ambición ha sido siempre ser periodista.

¿Ha vivido el periodismo como un sinónimo de libertad?

Hombre, hay momentos difíciles, a veces te tienes que someter a la línea editorial de la empresa, todos estamos condicionados. Pero en el periodismo, todo lo que he firmado es porque estaba convencido de ello. Siempre he intentado buscar la verdad.

¿Ha llegado ya a esa conclusión de Jep Gambardella en ‘La gran belleza’, la de que no puede perder el tiempo en cosas que no quiere hacer?

Sí, estoy llegando a ese punto. Lógicamente la edad favorece mucho eso. El tiempo se valora también cuando empieza a escasear.

«Todos los seres humanos podemos mantener un reducto de dignidad y de integridad. No tienes por qué sonreír o dar la mano a quien te está pisando»

Una vez escuché a Pérez-Reverte decir algo así como que el éxito es no tener que dar la mano a quien no deseas dársela. ¿Está de acuerdo?

Arturo es un autor encumbrado, tiene autonomía para hacer lo que quiera. Evidentemente yo no estoy en su posición, pero creo que todos los seres humanos podemos mantener un reducto de dignidad y de integridad. No tienes por qué sonreír o dar la mano a quien te está pisando, a quien te ha tratado mal. Yo no soy rencoroso pero hay personas a las que no daría la mano.

¿Qué opina de las redes sociales?

Soy muy consciente de los peligros de las redes sociales, veo el ‘hooliganismo’ que hay, la propagación de fake news… Pero no tenemos que tener una visión demasiado negativa de las redes y de internet, porque al mismo tiempo son un instrumento formidable de difusión del conocimiento.

¿Es consciente de la existencia de un incipiente movimiento ‘cuartanguista’?

No hombre, no (ríe la broma). Yo no llego a 9.000 seguidores en tuiter. Tengo gente que siente una afinidad conmigo y me lee y me sigue, pero es una minoría muy pequeña.

Sus textos están siempre llenos de referencias literarias, cinematográficas, musicales… ¿Se vive más intensamente con un bagaje cultural, se es más feliz visitando el Lago de Como después de leer a Stendhal?

Sí, por supuesto, leer es una forma de vida, yo vivo para leer y leo para vivir. La cultura enriquece la realidad, nos ayuda a entenderla. El cine, los libros, la música, no son algo ajeno a las personas, forman parte de nuestra realidad, son nuestras referencias. Yo por lo menos vivo a través de los libros, de la música, y ahí se explica lo que me pasa. Sigo leyendo mucho, mi familia se queja de que estoy demasiado abstraído en la lectura y tiene razón. Sigo siendo un lector empedernido. Es inconcebible que yo me acueste un día sin haber leído una hora y media al menos.

«Los partidos han creado mecanismos de selección adversa: se encumbra a los peores y se expulsa a los mejores»

Afirma que vivimos un tiempo convulso. ¿Alguno no lo fue?

Estamos en tiempos convulsos donde los valores son relativos, las convicciones son líquidas y donde hay una gran desorientación. A causa de la crisis de los partidos ha habido una quiebra del modelo político, del bipartidismo, y en Europa vemos la emergencia de los populismos y los nacionalismos. Pero es cierto que los grandes pensadores de la historia también han mostrado un gran pesimismo en relación a la época que les tocó vivir.

No voy a preguntar a un pesimista confeso por el futuro, pero sí por el presente. ¿Tenemos los líderes políticos que nos merecemos?

Intelectualmente España no es un erial, no es un desierto. Hay una élite civil –arquitectos, médicos, músicos- que es mucho mejor que la clase política que la dirige. En ese sentido no nos merecemos a los dirigentes que tenemos. En la Transición se dedicaban a la política los mejores porque la política tenía muchos incentivos. Hoy sucede lo contrario. Los partidos han creado mecanismos de selección adversa y, así, se encumbra a los peores y se expulsa a los mejores.

  • Pedro Cuartango.
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